Por qué debe cambiar el enfoque de los Estados Unidos hacia América Latina |
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* Por Myles Frechette (1)
Si bien la Guerra Fría terminó hace dos decenios, las estrategias obsoletas de esa guerra siguen conformando la política exterior de los Estados Unidos, sobre todo en el ámbito de las relaciones exteriores con los países de América Latina. Los intereses estadounidenses han cambiado; por lo tanto, los Estados Unidos deben también aplicar nuevas estrategias para lograr sus nuevos objetivos. En lugar de la intervención militarista y el paternalismo, los Estados Unidos deben emplear un enfoque de menor interferencia a medida que los países latinoamericanos van estableciéndose con más fuerza en la arena internacional, salvo en la esfera comercial, dado que el aumento del comercio en las Américas es la mejor vía para aliviar la pobreza y muchos otros problemas que aquejan la región. Las políticas paternalistas no sólo resultan costosas e ineficaces, sino que además nutren los sentimientos antiestadounidenses en el seno de la región, con lo que crean más problemas que soluciones. Los Estados Unidos no deben considerar que su influencia decae en la región, sino que deben adaptarse a la realidad de que los países latinoamericanos merecen respeto en el manejo de sus propios asuntos y que deben ayudarlos a integrarse más a la comunidad mundial.
Evolución de intereses
El fin de la Guerra Fría no es importante solamente porque el comunismo cayó en la Unión Soviética y Europa oriental. El surgimiento del mundo posterior a la Guerra Fría también generó un cambio en los intereses estratégicos de los Estados Unidos en América Latina. Durante los más de cuarenta años que mediaron entre el final de la segunda Guerra Mundial y la desaparición de la Unión Soviética, la política de los Estados Unidos hacia la región fue una parte de la estrategia mayor de la Guerra Fría. La estrategia y las acciones se examinaron y se llevaron a cabo a la luz del objetivo principal de frenar, y con el tiempo derrotar, el comunismo. Para enfrentar el espectro del comunismo, los Estados Unidos a menudo recurrieron del uso encubierto de la fuerza. Los ejemplos más conocidos de la intervención de los Estados Unidos en América Latina ocurrieron en 1954, cuando los Estados Unidos derrocaron al Presidente Jacobo Arbenz de Guatemala, y en 1973, cuando los Estados Unidos alentaron a los militares chilenos a expulsar a Salvador Allende, el presidente de Chile elegido democráticamente. En ambos casos, la razón para hacerlo fue el derrocamiento de gobiernos demasiado próximos al comunismo para tranquilidad de los Estados Unidos.
Sin embargo, luego de la caída de la Unión Soviética, esos temores acerca de las influencias comunistas en América Latina no debieron seguir orientando la política estadounidense. Los intereses de los Estados Unidos en la región han pasado de ofrecer resistencia al comunismo a promover el crecimiento, la estabilidad y la democracia. Por ende, es no sólo razonable sino también necesario que los Estados Unidos cambien su política de intervencionismo y paternalismo por una de cooperación como socios en pie de igualdad en aras de fomentar el bienestar común del hemisferio occidental.
Relaciones militares y el paternalismo de los Estados Unidos
La política militar de los Estados Unidos hacia América Latina aún conserva componentes que ahora son rezagos de la época de la Guerra Fría. En consecuencia, las relaciones entre los Estados Unidos y América Latina debe reformarse para adecuarse mejor a las necesidades del siglo XXI. Ciertamente, los Estados Unidos han reducido y deben continuar reduciendo su presencia militar en la región.
Durante la Guerra Fría, los Estados Unidos ayudaron a las naciones latinoamericanas a enfrentar movimientos izquierdistas insurgentes mediante vínculos militares más estrechos y programas de asistencia como la Alianza para el Progreso. Más adelante, en los pasados años 80, los intereses se centraron en América Central por el temor de que Nicaragua se convirtiera en una segunda Cuba en tierra continental.
Los Estados Unidos desarrollaron fuertes vínculos militares con la región a raíz de la segunda Guerra Mundial. La mayoría de los sistemas de armamentos se compraban a los Estados Unidos o se obtenían de los excedentes estadounidenses. Los Estados Unidos proporcionaron el modelo para el entrenamiento y la doctrina y desempeñaron una función tutelar que incluía decidir qué sistemas de armamentos podían transferirse a la región para mantener la estabilidad de la zona.
En la actualidad, cuando un país latinoamericano desea modernizar sus sistemas de armamentos, los países de Europa occidental y los antiguos miembros de la Unión Soviética compiten frente a los proveedores de los Estados Unidos. El grado de adelanto, complejidad y costo de los sistemas de armamentos de los Estados Unidos sobrepasan las necesidades y recursos de la mayoría de las naciones latinoamericanas. Por ejemplo, los Estados Unidos ya no producen submarinos no nucleares, lo que crea oportunidades para los diversos países de Europa occidental que sí los producen. Ahora que ya terminó la Guerra Fría, los Estados Unidos no deben alentar a los gobiernos latinoamericanos a comprar sistemas de armamentos que desvían recursos de la lucha contra la pobreza, la generación de crecimiento económico y el mejoramiento de la educación.
Si bien esa relación tutelar puede haberse erosionado de manera importante, los Estados Unidos siguen suministrando miles de millones en asistencia militar. Parte de ella va dirigida a ayudar a los países en el combate contra el narcotráfico y el terrorismo de las guerrillas izquierdistas y los criminales de derecha conocidos en Colombia como “paramilitares”. Pese a los éxitos limitados, el Departamento de Defensa de los Estados Unidos necesita continuar convenciendo a los países de la región para que hagan más por sí mismos contra el terrorismo internacional y otros males del siglo XXI como la migración, los desastres naturales y el narcotráfico.
La mayoría de los ejércitos latinoamericanos ni siquiera consideran que la lucha contra las drogas sea una función militar. El combate contra las drogas y la respuesta a los desastres naturales son, a su modo de ver, deberes de la policía. Es más, muchos países de la región no necesitan ejércitos. Necesitan una especie de gendarmería capaz de operar en el espacio que queda libre entre los ejércitos con su capacidad combativa para la guerra y la policía con sus funciones de mantenimiento de la ley y el orden.
La reforma de la policía es de carácter urgente en la mayoría de los países de la región, pero esa reforma tienen que emprenderla los países mismos; no pueden llevarla a cabo actores extráneos ni tampoco instigarla. De hecho, muchos de los países de la región también deben reformar sus fuerzas armadas. Pero eso no pueden hacerlo los Estados Unidos. Cada país requeriría su propio enfoque y nuestras fuerzas armadas no están configuradas para ofrecer programas que se adecuen a las necesidades individuales de cada país.
Independencia de America Latina
Aunque la mayoría de las personas comprende que la política de los Estados Unidos tiene que adaptarse para que refleje la nueva situación geopolítica y las necesidades del hemisferio occidental, esa aceptación no disipa la inquietud acerca de los actuales acontecimientos en las relaciones regionales. Es inevitable. A medida que América Latina se integra más al mundo y se convierte en un actor con intereses en juego en los asuntos mundiales, los acontecimientos no siempre van a desarrollarse en perfecta consonancia con los intereses de los Estados Unidos. Después de todo, los Estados Unidos dedicaron los últimos cuarenta años a garantizar activamente que sus vecinos fueran favorables a sus políticas. El no imiscuirse tanto aseguró, desde luego, que la lealtad de la región hacia los Estados Unidos se fuera erosionando. Muchos en Washington se sienten preocupados por esa merma de la influencia estadounidense en América Latina. Esa observación es cierta pero la pérdida de influencia no es un acontecimiento negativo. Es indicio de que, debido a la globalización, los gobiernos de la región trascienden los límites del hemisferio occidental con miras a participar en el sistema mundial. La globalización alienta la diversificación del comercio y la interdependencia global, fortaleciendo así la autoconfianza de los países de este hemisferio y reduciendo su dependencia de los Estados Unidos.
Una manera como América Latina muestra su orientación cada vez más global es mediante el fortalecimiento de sus relaciones con China. El comercio entre China y América Latina ha crecido de US$200 millones en 1975 a US$40.000 millones en 2004. En general, China tiene un excedente con la región, pero ese patrón difiere de un país a otro. Para los países, como Argentina, Brasil, Chile, Perú, Uruguay y Venezuela, que tienen materias primas como cobre, otros minerales y petróleo, y productos básicos como trigo y soya, China parece un consumidor insaciable. Petrobrás de Brasil tiene oficinas en Beijing, y Embraer, la empresa brasileña fabricante de aviones, tiene una empresa mixta en Harbin.
No obstante, los Estados Unidos no deben temer ser desplazados por China como principal actor económico en la región. América Latina no es aún socio comercial importante para China. Sólo el 3,6 por ciento de las importaciones chinas provienen de esta región. El crecimiento del comercio sino-latinoamericano afecta a diversas partes de América Latina de forma diferente. Los países productores de productos básicos se benefician del alza en los precios de sus exportaciones. En cambio, los competidores directos de China, como México, se han visto afectados de forma adversa, sobre todo los sectores de la maquinaria, los equipos de transporte y las manufacturas. Los países productores de confecciones y calzado también enfrentan competencia creciente. De ahí que, si bien los vínculos económicos entre China y América Latina se han fortalecido en años recientes, las relaciones económicas entre los Estados Unidos y América Latina, robustecidas por vínculos históricos, aún conserven su fuerza. Además, debido a las inciertas relaciones sino-latinas, es poco probable que, en el futuro próximo, China represente un reto directo para los Estados Unidos en este hemisferio. Tanto China como los Estados Unidos conceden mayor prioridad a otros asuntos. Las relaciones sino-estadounidenses son complejas e incluyen cuestiones regionales sensibles como Taiwán, la no-proliferación nuclear, las pandemias, Corea del Norte, el interés de Europa en vender armas a China y la cooperación en el combate contra el terrorismo.
El desafío de mayor envergadura que enfrentan los Estados Unidos en el hemisferio es Hugo Chávez, el presidente de Venezuela. Chávez no pierde una sola oportunidad para criticar a los Estados Unidos. Sin embargo, al igual que con China, los Estados Unidos no deben enfrentar el desafío de Chávez con temor, alarma o epítetos.
Los Estados Unidos no deben esperar que los países latinoamericanos los defiendan ni que defiendan sus políticas frente a Chávez, no porque estén de acuerdo con Chávez, sino porque Chávez ha ofrecido cooperación a muchísimos países. Además del petróleo subsidiado, él se ha ofrecido a construir oleoductos y gasoductos hasta Argentina, Colombia y América Central. Aun cuando sólo unos cuantos de esos proyectos “bolivarianos” llegaran a realizarse, serían una contribución positiva a la cooperación energética en América Latina. La influencia de Venezuela y la disposición de las naciones latinoamericanas a trabajar con ella pese a la desaprobación de los Estados Unidos es un síntoma más de la creciente independencia de la región.
Los Estados Unidos deben tener en mente las siguientes realidades. Venezuela tiene una economía no diversificada dependiente de un solo producto básico. Las economías que dependen de un solo producto básico o de unos pocos, no se esfuerzan mucho en emprender reformas económicas. Son caldo de cultivo para la corrupción, son normalmente inestables y tienden a crecer más lentamente que las economías más diversificadas. Si bien nadie en el hemisferio debe mostrarse condescendiente con Chávez, también debemos recordar que ha despertado grandes expectativas en Venezuela que no va a poder satisfacer. El impacto de Chávez sobre la región será muy inferior a lo que muchos temen.
Tanto China como Chávez despiertan temor y ansiedad en muchos formuladores de política de los Estados Unidos. Para los Estados Unidos son bien conocidas las fuertes influencias provenientes de fuera del hemisferio y las estridentes opiniones contrarias a ellos de dentro del hemisferio. Cuarenta años de lidiar con la Unión Soviética, Cuba y otros enemigos comunistas en el seno del hemisferio dieron a los Estados Unidos experiencia más que suficiente en el manejo de situaciones desfavorables en América Latina. Sin embargo, China no es otra Unión Soviética, y Chávez, aunque quisiera serlo, no es otro Castro. Parte del porqué es que la geopolítica en el mundo entero se ha transformado, pasando del enfrentamiento en la era de la Guerra Fría a la interacción en la era posterior a la Guerra Fría.
Teniendo en cuenta que los intereses de los Estados Unidos en la región han cambiado, los formuladores de política estadounidenses deben percatarse de que China y Chávez presentan menos obstáculos para las metas actuales de los Estados Unidos que la URSS y Castro para la meta de contener el comunismo.
¿Cómo ayudar? Promoviendo la globalización
Una vez que los Estados Unidos se den cuenta de lo que no deben hacer respecto de América Latina, entonces deberán decidir qué deben hacer para promover sus metas de crecimiento, estabilidad y democracia. Una vía para ayudar es promoviendo la globalización. Es la globalización, no la Guerra Fría, la que ha constituido la fuerza dominante a favor del cambio en el mundo en los últimos cincuenta años. La globalización es un concepto un poco atemorizante, pero es una realidad y, por mucho que se opongan ciertos gobiernos, no va a desaparecer. La globalización, al igual que las fuerzas de la naturaleza, puede barrer costumbres, instituciones y modos de pensar anticuados y disfuncionales. No es algo que un dirigente o una nación pueda detener sin incurrir en costos inaceptables.
La globalización podrá ser una fuerza pero, si se la conforma y dirige, no tiene que ser una fuerza ciega. Y, aunque la globalización acarree problemas, también puede venir acompañada de extraordinarios beneficios para los pueblos y las naciones, tales como ideas, reformas, bienes, empleos e inversiones. De hecho, ya ha alterado nuestras relaciones con América Latina más de lo que piensan muchos estadounidenses. Desde la segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos han encabezado al mundo en la apertura de mercados. El comercio mundial se ha expandido enormemente y los niveles de vida se han elevado por todo el planeta. David Dollar, economista del Banco Mundial, estima que, en los últimos 20 años, la globalización ha sacado de la extrema pobreza a 375 millones de personas.
Lo que necesita América Latina
Hoy todos los países en este hemisferio buscan inversiones, crecimiento y estabilidad. Lo necesitan para crear empleos y fortalecer su capacidad y su autoconfianza para poder competir en el mercado global.
Desde 1990 ha habido interés intenso en ampliar el comercio regional. Entre 1990 y 1994, se alcanzaron en todo el mundo más de 40 acuerdos comerciales regionales. Entre 1995 y 1999, se concluyeron más de 60. El interés persiste sin mengua. Se alcanzaron más de 20 acuerdos entre el año 2000 y el 2002. ¿Cómo se explica eso? Probablemente haya varias razones: fortalecimiento de las reformas económicas estructurales, atracción de inversiones extranjeras, consideraciones geopolíticas y aumento de la cooperación funcional regional. Desde 1990, en América Latina y el Caribe solamente, se concluyeron más de 30 acuerdos comerciales regionales que van desde zonas de libre comercio sencillas hasta amplias áreas de libre comercio de segunda generación (TLC) y uniones aduaneras cuyo objetivo final es o será formar un mercado común.
Lo más interesante es la creciente intersección de los acuerdos “Sur-Sur” con los acuerdos “Norte-Sur”. Los acuerdos “Norte-Sur”, inconcebibles desde un punto de vista político antes de que la región aceptara dar prioridad a las reformas estructurales, comenzaron con el NAFTA, pero ahora incluyen una serie de otros acuerdos, como el de Canadá-Costa Rica, Estados Unidos-Chile, y acuerdos por separado entre México y Chile con la Unión Europea. Además, varios otros acuerdos “Norte-Sur” están en vías de desarrollo con Canadá, la Unión Europea, China, Corea, Japón y los Estados Unidos. Los Estados Unidos han negociado acuerdos con América Central y la República Dominicana (CAFTA-DR), Colombia y Perú. Otro, con Panamá, sigue negociándose. También son posibles TLC con Bolivia y Ecuador.
La lógica de tratar de establecer acuerdos “Norte-Sur” para lograr el crecimiento y fomentar el desarrollo es clara y se reconoce cada vez más. He aquí algunas razones clave: estudios del Banco Interamericano de Desarrollo han demostrado que los acuerdos de libre comercio “Norte-Sur” son un importante atractivo para las inversiones extranjeras directas. Los acuerdos “Norte-Sur” entrañan algo más que comercio. Pueden servir de anclaje para las reformas estructurales ya que añaden credibilidad y fijan compromisos de política, además de promover la modernización institucional mediante la solución transparente de controversias, la instauración de marcos normativos eficientes, la facilitación comercial y la aplicación de procedimientos aduaneros eficaces. Los acuerdos de comercio “Norte-Sur” también pueden estimular una cooperación más amplia entre América Latina y los países industrializados dado que la dinámica del comercio y las inversiones ponen de manifiesto otras oportunidades para fortalecer las relaciones comerciales, culturales y políticas.
En la reunión de la Cumbre de las Américas de noviembre de 2005 en Mar del Plata, la mayoría de los países de la región expusieron su disposición a unirse al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Sin embargo, los países de MERCOSUR plantearon que no estarían dispuestos a integrarse al ALCA hasta tanto no se hubiera puesto fin a los subsidios agrícolas. No obstante, Uruguay firmó un Tratado Bilateral sobre Inversiones con los Estados Unidos el 1º de noviembre de 2005 y dicho tratado entró en vigor el 1º de noviembre de este año. Además, los Estados Unidos y Uruguay están negociando un Acuerdo Marco de Comercio e Inversiones (AMCI) con el fin de robustecer las relaciones comerciales. Luego de un extenso debate, Uruguay rechazó la oferta de los Estados Unidos de negociar un acuerdo de libre comercio. Pese a su interés por aumentar el acceso al mercado de los Estados Unidos, Uruguay ha indicado que sus esfuerzos no comprometerán el arancel externo común de MERCOSUR.
Claudio Loser, ex-Director del Departamento para el Hemisferio Occidental del Fondo Monetario Internacional e investigador asociado del Diálogo Interamericano, en Washington, señaló en el Latin America Advisor del Diálogo que los cuatro países de MERCOSUR tienen economías menos abiertas que las del resto de América del Sur. Observó que en todos los aspectos del comercio, el peso del bloque a favor del ALCA es mucho mayor que el de los países de MERCOSUR y Venezuela.
Loser señala lo evidente. Sumarse a un mercado mayor es más ventajoso para las economías de la región. Loser indica que el monto total del comercio mundial con MERCOSUR y Venezuela de $213.000 millones es sólo el 40 por ciento del comercio total mundial con el resto de la región de $523.000 millones (el 7 por ciento si incluimos a los Estados Unidos y Canadá). Si todos los demás países, incluidos Estados Unidos y Canadá, pasaran a un ALCA, el comercio regional total sería de $1,5 billones, sobre la base de las cifras de 2003, en comparación con los $26.000 millones del comercio regional dentro de MERCOSUR y Venezuela, y los $83.000 millones del comercio con el resto del hemisferio occidental, cuyas dos terceras partes se realiza con Estados Unidos y Canadá. No se dispone de todas las cifras sobre el comercio en el hemisferio occidental correspondientes a 2005. Sin embargo, las de 2004 muestran que el comercio total con MERCOSUR más Venezuela fue de $76.000 millones, en comparación con $57.000 correspondientes al comercio entre todos los demás países. No obstante, si se incluye a los Estados Unidos y Canadá, el comercio total para todos los demás países asciende a $421.000, casi cuatro veces mayor que los $111.000 millones de MERCOSUR, incluido el petróleo venezolano.
En las negociaciones comerciales, las expectativas de importantes beneficios, como el crecimiento económico, la generación de empleos y la reducción de la pobreza, pueden crear un impulso que lleve a sorprendentes avances y reformas. La firma del Tratado de Libre Comercio entre los Estados Unidos y Chile estimuló a una serie de países de la región a negociar TLC con los Estados Unidos. Para hacerlo, tenían que estar dispuestos a realizar reformas. Esas, a su vez, se harían “irreversibles” en virtud del acuerdo negociado con los Estados Unidos y crearían estabilidad y atraerían inversiones.
El comercio, otrora un aperitivo exótico, es en la actualidad el plato fuerte que promueve el crecimiento. Muchos analistas confiesan llanamente su decepción ante lo poco que ha hecho América Latina para hacer frente a esos desafíos en comparación con otras partes del mundo. Algunos sugieren que los Estados Unidos deberían ofrecer nuevas iniciativas económicas para persuadir a los líderes regionales a que se centren en los aspectos capaces de promover las inversiones y el crecimiento y reducir la pobreza.
¿Cómo ayudar? Luchando contra la pobreza
Reducir la pobreza en la región debe ser una prioridad no sólo para los países regionales sino también para los Estados Unidos. Entre todas las regiones del mundo, América Latina es la que tiene mayor desigualdad respecto de la distribución de la riqueza. Según Anthony Wayne, embajador de los Estados Unidos recién llegado a Argentina y experto en economía internacional, 13 millones de personas en América Latina escaparon de la pobreza entre 2004 y 2005, pero 200 millones permanecen aún inmersos en ella, viviendo con sólo 1 ó 2 dólares estadounidenses al día. Los países con mayor desigualdad, como Argentina, Brasil, Colombia y México, deben equilibrar el crecimiento con la redistribución de la riqueza. Entre las medidas de redistribución se podrían incluir transferencias en efectivo a los agricultores más afectados por la mayor apertura del comercio, igual acceso a la educación y la construcción de infraestructura pública. Esas medidas de redistribución, desde luego, dependen de las iniciativas y los fondos locales.
La primera etapa de la asistencia estadounidense debe comprender el fomento de la capacidad. Luego de un progreso claro y mensurable frente a parámetros objetivos, la asistencia podría pasar a una segunda fase de ofrecimiento de apoyo financiero para continuar las reformas, con nuevos parámetros para medir el progreso. Los gobiernos de la región deben comprometerse con el cambio y la reforma antes de que los Estados Unidos comiencen a participar.
¿Cómo ayudar? Promoviendo la competitividad
Los Estados Unidos deben diseñar programas que ayuden a los países de ingreso medio en América Latina a volverse más competitivos. Pero esa ayuda debe ofrecerse sólo después que sus dirigentes, por esfuerzo propio, hayan alcanzado progresos en la ejecución de reformas conducentes a la competitividad, tales como reducir la corrupción, reformar la legislación laboral, fortalecer las normativas, garantizar los derechos de propiedad y el acceso de los pobres al crédito, reformar el sistema judicial, respetar la inviolabilidad de los contratos, robustecer el estado de derecho, aplicar a la ciudadanía un régimen tributario más equitativo y disminuir la evasión fiscal.
Competitividad, la meta por alcanzar
¿Qué significa competitividad en el contexto de la integración global y regional? Decir que un país es competitivo significa que ese país es capaz de competir por inversiones y de aprovechar las ventajas de la tecnología y la innovación para elevar la productividad y los ingresos. En el pasado, la disponibilidad de recursos y la geografía conferían ventajas fáciles a los países en el comercio. Actualmente, en el mercado global, la competitividad de un país depende de la estabilidad, transparencia y equidad del entorno inversionista. Esas condiciones son importantes no sólo para atraer inversiones. Contar con un régimen no arbitrario basado en la ley así como con instituciones públicas justas y eficaces son elementos esenciales para atraer inversiones de calidad, es decir, inversiones que prometan mayores oportunidades para la transferencia de tecnología, producción de valor agregado y estabilidad. Esas condiciones abren el camino más seguro hacia la innovación, el crecimiento económico y, en última instancia, mejores niveles de vida.
La ausencia de un estado de derecho y de instituciones públicas eficaces y justas en América Latina sigue siendo uno de los mayores lastres para que la región tenga la capacidad de competir en el mundo de hoy. Pese a los beneficios del libre comercio y de más de un decenio de reformas económicas en América Latina, otras regiones están atrayendo más inversiones y haciéndose de una mayor participación en el comercio mundial. ¿Por qué? Porque las instituciones públicas de América Latina no han sabido crear un clima estable y predecible para las inversiones, el comercio y el crecimiento. Para seguir siendo competitivos en la economía mundial actual, los gobiernos latinoamericanos tendrían que abordar la implantación de una nueva generación de reformas institucionales y políticas.
Un enfoque de no-interferencia
Los tiempos cambian y también los intereses. Al igual que sería irracional esperar que los intereses geopolíticos de los Estados Unidos en América Latina hoy fueran los mismos que los de la época de la Guerra Fría, también sería errado continuar promoviendo las estrategias de los tiempos de la Guerra Fría. En lugar de proseguir con políticas intervencionistas obsoletas, los Estados Unidos deben adoptar un enfoque de no-interferencia para lograr sus metas. Chávez y China no son obstáculos que hay que eliminar o neutralizar por la fuerza; son únicamente síntomas de la participación latinoamericana en la escena mundial. Y para promover el crecimiento, luchar contra la pobreza y difundir la democracia, los Estados Unidos deben proporcionar apoyo al tiempo que alientan a América Latina a tomar medidas cruciales por sí misma.
(1)
El Embajador Myles Frechette cumplió funciones en varias embajadas norteamericanas en América Latina, incluyendo Brasil, Colombia (donde fue Embajador), Honduras y Venezuela. Fue también coordinador de asuntos cubanos. Asimismo, se desempeñó como Representante Adjunto de Comercio de los Estados Unidos para América Latina, el Caribe y Africa; Director de Planeamiento de Políticas, Coordinación y Prensa de la Oficina de Asuntos Interamericanos del Departamento de Estado; y coordinador especial para la Cumbre de las Américas en Santiago, Chile. En el campo privado, trabajó como Presidente y CEO del Council of the Americas y Director Ejecutivo del Consejo de Negocios Peruano-Norteamericano. Actualmente es orador y consultor en temas vinculados al comercio y negocios internacionales.