La Política Exterior de Estados Unidos
Unilateralismo, Multilateralismo y uso de la Fuerza. |
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*Por Giovanni Jannuzzi (1)
Durante la Guerra Fría, Estados Unidos promocionó y lideró amplias alianzas multilaterales, cuyo ejemplo más exitoso sigue siendo la OTAN, al mismo tiempo buscando cuando posible la legitimación de la ONU por su política exterior, a pesar de la frustración ante la parcialidad y a menudo la impotencia de dicha organización.
Su emergencia como única superpotencia, con el paralelo manifestarse de nuevos desafíos (terrorismo, proliferación de armas de destrucción masiva, crisis regionales), no alteró sustancialmente esta línea: Bush padre y después Clinton lograron constituir amplias coaliciones, tanto en la guerra del Golfo que en la operación en Bosnia, ambas puestas bajo le legitimación de la ONU. La guerra de Kosovo fue una operación de la Alianza Atlántica sin la bendición onusiana; pero luego después de la capitulación serbia, el tema volvió al Consejo de Seguridad, quien legitimó a posteriori la operación y autorizó el envío en Kosovo de una fuerza militar liderada por la OTAN.
Los atentados del 11 de setiembre modificaron en parte la actitud norteamericana, fortaleciendo las tendencias unilateralistas presentes en la administración del segundo Bush. Sin embargo, la ola de solidaridad internacional con Estados Unidos permitió derribar a los talibanes con el visto bueno de Nueva York y la participación de una amplia coalición, y los aliados europeos no hesitaron en confiar a la OTAN un papel militar en la fase posbélica.
Pero la crisis de Irak pareció cambiarlo todo. Fracasado el intento de obtener una resolución operativa del CdS, Estados Unidos actuó con el apoyo tan sólo de Inglaterra y de pocos otros aliados, y fuera de toda estructura multilateral, aunque el Presidente insistió en hablar de una “coalición”, señalando así su afán de non mostrarse aislado. Sin embargo, en este caso también se consiguió la participación de varios aliados a la fuerza de paz en la fase posbélica, de manera que una “coalición” acabó formándose. Asimismo, la Administración aceptó un papel para la ONU en la reconstrucción civil de Irak.
Superada la áspera contienda entre Washington y algunos aliados europeos acerca de la guerra, incluso los críticos más duros comprenden que en Irak se juegan hoy los intereses de todo el Occidente; en definitiva, la validez de la política anglo-americana se mide ahora en función de sus resultados, relativamente a sus objetivos esenciales: promover la democracia en el mundo islámico, posibilitar una solución del conflicto israelí-palestino, llevar estabilidad y seguridad a una región crucial para el acceso a las fuentes de energía vitales para la economía mundial (y no solamente estadounidense u occidental). Sería prematuro afirmar que dichos objetivos serán alcanzados, pero la acción de Estados Unidos ha abierto razonables perspectivas tras cincuenta años de inmovilismo. De toda manera, otra alternativa creíble por el momento no hay: el de Estados Unidos es, en definitiva, “the only game in town”.
Desde luego, el problema de la legalidad queda abierto. En un mundo ideal, la responsabilidad del mantenimiento y el restablecimiento de la seguridad y del derecho debería pertenecer al CdS, pero no sería realista pensar que una grande potencia (inclusa Francia, o Rusia) delegue incondicionalmente a éste la protección de sus intereses; eso vale, desde luego, sobretodo para la única superpotencia, que posee la fuerza en grado superlativo y puede utilizarla con la máxima eficacia. Por otro lado, el uso individual de la fuerza es admitido por el artículo 51 de la Carta; tampoco su carácter preventivo puede considerarse ilícito cuando hay razones suficientes para justificarlo.
De no ser así, no es tan cierto que el mundo se encontraría más seguro. En efecto, los desafíos actuales son múltiplos y graves: terrorismo, crisis regionales, enfermedades pandémicas, efectos de la globalización, proliferación de las armas NBC, violaciones de los derechos humanos y, no tan lejos, el impacto de China en los equilibrios globales. Se necesitan para enfrentarlos voluntad política, cohesión y recursos que la ONU a menudo no posee: el papel de Estados Unidos es por lo tanto esencial y el fracaso, al menos temporal, de la unificación política europea, lo torna aún más crucial.
Sin duda, puede existir el miedo de que Estados Unidos se exceda de su papel de garante del orden internacional, con políticas inconsideradas y, por ende, peligrosas; pero un análisis atento permite una visión más serena. Estados Unidos sigue siendo un gran país democrático, nutrido de valores ideales, abierto al escrutinio de la oposición política y de la opinión pública, y capaz de corregir radicalmente sus errores.
Más circunstancialmente, es improbable que una administración que ha llevado a cabo dos guerras, y se encuentra todavía empeñada en Afganistán e Irak, se embarque en otras iniciativas militares de gran alcance. De hecho, la línea norteamericana con respecto a Corea del Norte, Siria, Líbano, Palestina e Irán indica una prudente tendencia a privilegiar la acción político-diplomática multilateral. (Más complejo parece ser el problema de China, donde la actitud norteamericana combina una perceptible preocupación por el futuro con mucho pragmatismo en el presente).
Amigos y aliados de Norteamérica, con un dialogo amistoso, fundado sobre el respeto reciproco, tienen que contribuir a que la fuerza incomparable de Estados Unidos actúe en un contexto de colaboración multilateral. Este papel incumbe a todos los que compartimos con Estados Unidos intereses y valores básicos: en primer lugar a los europeos, pero también a la Argentina y los demás grandes países latinoamericanos de enraizada pertenencia occidental.
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El autor, profesor honorario de la UBA y encargado de curso sobre relaciones internacionales en la Universidad de Bolonia, ha sido Secretario General de la Cooperación Política Europea, Embajador de Italia en la OTAN, y Embajador en Buenos Aires.
Miembro del Consejo de Asesores del Diálogo Argentino Americano.