Al referirse a la política exterior de la Argentina, no son pocos los que señalan que en realidad la misma no ha existido; al menos como un cuerpo de postulados e intereses coherentes mantenidos a lo largo del tiempo. Es decir, que fueron fundamentalmente decisiones y posturas adoptadas por cada gobierno y que luego no fueron continuadas, salvo raras excepciones, por las administraciones que le sucedieron.
Sin embargo, si profundizamos un poco el análisis, veremos que, si bien no siempre puede encontrarse un desarrollo coherente del accionar internacional argentino, sí es posible ir rescatando una serie de tendencias, constantes o variables que distintos autores consideran se repiten en la evolución de nuestra política exterior.
A modo de ejemplo, como destaca Gustavo Ferrari, en 1914 Estanislao Zeballos concluyó que, entre las peculiaridades de las relaciones exteriores argentinas, se destacan el pacifismo, la amistad con todas las naciones, la política moderada de armamentos y, la vocación comercial (1). Ya para ese entonces buscábamos competir con Estados Unidos por la hegemonía en la región y nos habíamos enfrentado en reiteradas oportunidades ante cualquier proyecto que pudiese implicar un liderazgo del otro país (ej. Conferencia Panamericana de 1889-90), o ante alguna medida que perjudicase nuestro comercio o nuestra vinculación preferencial con Europa.
Por su parte, en 1946, el estadounidense Arthur Whitaker especificó lo que él consideró como las cuatro prácticas más persistentes en nuestra política exterior: hegemonía en la región del Plata, no intervención, relación especial con los demás Estados latinoamericanos y oposición a las alianzas multilaterales y otros pactos de seguridad. A estas prácticas, vio que se habían añadido progresivamente la búsqueda del liderazgo en América Latina y el repudio a la guerra exterior (2). Para esa época las relaciones bilaterales argentino-norteamericanas atravesaban una de sus peores etapas, con importantes diferencias que se arrastraban desde la Segunda Guerra Mundial, y a lo que se le sumaba la fuerte oposición de varios funcionarios norteamericanos al nuevo presidente argentino. Faltó en ese momento un mejor diálogo y entendimiento de ambas partes; lo que podría haber evitado costosos conflictos, especialmente para nuestro país.
A su vez, en 1970 Juan Carlos Puig detalló las siguientes tendencias históricas: afiliación a la esfera de influencia británica, oposición a los Estados Unidos (en el campo político y económico-comercial), aislamiento respecto de América Latina y debilidad en la política territorial (3).
Once años más tarde, Gustavo Ferrari consideró que las constantes en la política exterior argentina eran seis: pacifismo, aislacionismo, evasión por medio del derecho, moralismo, enfrentamiento con los Estados Unidos y europeísmo, y desmembración territorial (4).
A fines de la década pasada, y tomando el período 1943-83, Felipe de la Balze señaló que una de las enseñanzas que se pueden rescatar es el haber desconocido, en lo político, los profundos cambios ocurridos en el escenario internacional y, simultáneamente, adoptar una estrategia económica internacional aislacionista. Unos lineamientos de política exterior que fueron, en la dimensión hemisférica, la incapacidad para elaborar una relación fructífera de largo plazo con Estados Unidos (5).
Por último, Carlos Escudé ha denunciado en diversas oportunidades lo que ve como una tendencia histórica a la confrontación en las relaciones exteriores de la Argentina con Estados Unidos. Algo con lo que coincide en líneas generales el norteamericano Joseph Tulchin (6).
En síntesis, una de las características que progresivamente varios autores destacaron en nuestro accionar internacional fueron las conflictivas relaciones mantenidas con Estados Unidos a lo largo de la mayor parte del siglo XX. Y, si bien la mayoría de estas diferencias fueron por culpas compartidas, o incluso muchas veces por razones atribuibles principalmente a Estados Unidos (7), nuestro país también posee una gran responsabilidad en las mismas.
Y en las culpas que a nosotros nos cabe, podemos afirmar que muchas veces provinieron de un mal análisis del contexto internacional, o de las acciones implementadas por la superpotencia y del poco diálogo existente. Es por eso que, para buscar paliar posibles nuevas malinterpretaciones y favorecer una mejor comunicación entre ambos países, se torna vital conformar instituciones que, desde la sociedad civil, beneficien la profundización del conocimiento de las múltiples cuestiones que hacen a la relación bilateral.
Dándole una muy cálida bienvenida, y agradeciéndole su interés en los objetivos y temas de esta Fundación, lo saludamos atentamente y quedamos a la espera de cualquier idea, sugerencia, y/o propuesta que quiera hacernos llegar.
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Eduardo Diez
Director Ejecutivo |
Luis Ruvira
Presidente |
(1) Diputados, sesión secreta, 19 de junio de 1914, fs.159.
(2) Whitaker, Arthur P. “La Argentina y los Estados Unidos”. Buenos Aires, 1946. Págs. 105-106.
(3) Puig, Juan Carlos. “Tendencias de la política exterior argentina”. En Secretaría del Consejo Nacional de Seguridad, Lineamiento de un nuevo proyecto nacional, Buenos Aires, 1970. Págs. 341-357.
(4) Ferrari, Gustavo. “Esquema de la Política Exterior Argentina”. Eudeba, 1981. Capítulo 1. Pág. 6.
(5) De la Balze, Felipe. “La política exterior de “reincorporación al primer mundo””. En Cisneros, A. (comp.); "Política Exterior Argentina 1989 - 1999" CARI - GEL, Buenos Aires, 1999. Pág.157.
(6) Tulchin, Joseph. “La Argentina y los Estados Unidos, Historia de una desconfianza”. Editorial Planeta. 1990. Pág. 285.
(7) Para Alconada Sempé, vicecanciller durante el gobierno de Raúl Alfonsín, la confrontación sería una consecuencia necesaria de la política expansiva de los Estados Unidos y, de su tendencia a intervenir en las políticas nacionales de otros Estados.